La poesía celular es una voz que ansía inmediatez. La inmediatez es súbita percepción de una conexión que, si no es ya, no será más. La inmediatez es la oportunidad de una ocurrencia que se rehúsa a morir.
De pronto: un mensaje salta de un edificio que se está incendiando para seguir viviendo, en plena caída, con la esperanza de que antes de estrellarse contra el empedrado, allá abajo, alguna red lo sostenga.
La poesía celular es un salto al cuerpo del mensaje.
Recuerdo que Ricardo Piglia, en su novela Respiración Artificial (1980), decía que las cartas necesitaban de la distancia y de la ausencia para poder prosperar. Distancia y ausencia son condiciones, también, de esta escritura.
La poesía celular es un arrebato urbano. Lo mismo que esos chicos que aprovechan la ocasión para salir corriendo con la cartera de una señora, los autores de este libro son ladrones de momentos, llamadores de ausentes y burladores de distancias.
El mensaje de texto es un modo de diferir lo que se está viviendo para abrazar algo de la intensidad de ese momento que, si no, se pierde. Diferir es arrancarle una mirada al instante para enviarla hacia otro mundo: igual como sucede con la luz que nos llega de las estrellas ya muertas.
No hay presente pleno sin otro que nos piense. Sólo por esa presencia ansiada, el tiempo se vuelve mi tiempo, la lluvia ésta lluvia, la noche nuestra noche.
Muchos mensajes que se leen en este libro parecen decir: existo si -en alguna parte ahora- vos estás también aquí.
La salida del texto (mensaje enviado) es la consumación de una fuga en la que alguien logró salvar al instante de su muerte segura.
Ausencia y distancia no son, ahora, aplazamiento y frustración del deseo de estar juntos, sino también posibilidad de otro lugar en el presente. Lo actual como proliferación de espacios simultáneos
es un modo de resistencia.
La existencia cotidiana, de otro modo, sería una nada compuesta de puros olvidos. El ausente es ahora garantía de mi presencia. La distancia es el artificio necesario para que la vivencia sobreviva en el mensaje. La condición del mensaje es que el destinatario se encuentre en otra parte. Pero ni destinatario ni destino están asegurados. Todo mensaje salta sin saber del todo si habrá red. Un mensaje es una idea lanzada en una botella.
La poesía celular participa de la estética del naufragio.
Todo relato se construye bajo esta fórmula: alguien que estuvo cuenta algo a otro que no estuvo. Al final, la narración, nacida de la ausencia y la distancia del otro, triunfa sobre esa misma ausencia y distancia.
Enviar un mensaje es iniciar un viaje, deslizarse a un mundo paralelo. Trasportar un instante hacia otro sitio. Alterar los espacios.
La vida es sólo eso: instantes vividos mezclados y adulterados en la experiencia de alguien contada para otro.
Los instantes se olvidan y desaparecen si no se vuelven relato. La vida es un estado de inminencia que necesita la narrativa de lo que está ocurriendo.
La poesía celular trata de doblegar la lógica del acontecimiento en la que el relato sólo es posible después de que suceden las cosas: esta poética comienza en las últimas pulsaciones todavía vivas del acontecimiento.
Un corte de luz, un ruido en la panza, un viaje en colectivo, una tormenta, un domingo en familia.
Escribimos para no olvidar o para que alguien recuerde que alguna vez estuvimos vivos, que alguna vez amamos y nos amaron, que alguna vez nos sentimos solos y prescindibles. Si no, cada momento se escurre como agua suelta.
Los instantes no se capturan con una red como si fueran peces o crisálidas ni con otros métodos como si fueran cerdos y alimañas. Los instantes se alojan en un cuerpo que los piensa, pero esos pensamientos se disuelven como sueños si no se los envía fuera de sí.
Los autores de este libro son buscadores sin plan de caza establecido. No persiguen algo: se chocan con lo que les pasa: Una mujer con una terrible torta de crema en un colectivo.
Los instantes no se capturan, se experiencian en una sensibilidad que se sabe, de pronto, desbordada. Los mensajes son llamados al asombro. Invocaciones a estar juntos, a compartir el vino, a tocarse y besarse. Hay voces que piden auxilio, que confiesan deseos, que expresan quejas, que hacen promesas, que tienen miedo, que se sienten solas, que extrañan, que celebran la complicidad y danzan sobre las distancias.
Poesía celular es una poética de lo que estaba destinado a ser eliminado. ¿Eliminar mensajes leídos en carpeta? Eliminando mensajes que se pierden en una especie de tacho de basura sobre el que vibra una tapa rasante.
Los mensajes que leemos en este libro son textos que se resistieron a ser eliminados. La eliminación como práctica del olvido, del descarte, del deshecho, de la cremación de los instantes.
Poesía celular es una astucia para habitar la simultaneidad, para deslizarse del otro lado. Para huir del encierro. Para salir de sí: el yo huye de su propia conciencia ensimismada.
Poesía celular dice lo mínimo, lo insignificante, lo banal, lo cómico, lo raro, lo triste, lo que da miedo, lo que sorprende.
Este libro es también una historia de amor urbana: “De repente me dio por inventar un beso, dulce, suave, eterno y efímero, y sentir ese sabor que permanece hasta un rato después y que lo hace único…”.
Una gran ciudad es una trama de distancias y ausencias. El amor urbano es una proximidad habitada por infinidad de separaciones. Soledades amorosas transportadas en trenes, colectivos y subterráneos (tuve miedo de que el que se sentaba a lado mío me besara mientras dormía), calles interminables y plazas perdidas: “Rivadavia inundada, tuve que caminar x el agua, la gente se puso en patas, q descontrol, Dios!”.
Los mensajes son caricias de los que se encuentran lejanos: desde siempre la poesía fue el delirio de la cercanía.
Poesía celular es también la construcción de una trama entre dos, entre tres, entre muchos distantes. Textos que responden a consignas y que invitan a escribir a varios a la vez. Alguien lanza una pregunta o tira una imagen: de inmediato comienza un juego entre varios, cada cual, desde cualquier lado, dice algo. Un texto dice que “unos
patos se complotaron para matar a un delfín…”. Otro responde sobre la majestuosidad de los movimientos del pez muriendo en el agua, otro sobre la decisión colectiva de los patos porque el grandote molestaba, otro desea penetrar en el delfín muerto.
lunes, 7 de diciembre de 2009
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